(VIENA, AUSTRIA). Decir que no me gustan las despedidas sería faltarles al respeto. Por lo que otorgan y muestran. Por lo que sueñan. Y por lo que esconden. Viena es el principio del eterno retorno, la última muestra de que la única verdad de lo finito es su final. Como buen soñador disfruto más al conseguir las cosas que al mantenerlas. Y toca dar el salto. A un tren en marcha que quizá no vaya a ninguna parte. Hoy pienso en todos los amigos a quienes no vuelves a ver nunca después de haber vivido junto a ellos horas y días intensos. La vida, en tanto que llega el adiós definitivo, está jalonada por la melancolía de las despedidas. De Viena, para ser sincero, no esperaba nada; y nada me dio; no tenemos nada que reprocharnos. Viena no es en mi recuerdo más que eso: una perdigonada en el vacío. Aunque yo el de entonces ya no soy el mismo. No me gustan las despedidas.