(VIENA, AUSTRIA). Viena huele a cerrado. Y sabe a recuelo. Existo en un gran café, lugar de costumbres metódicas y del casual fluir y refluir de las gentes. Todo aquello que realmente importa pasa por encontrar un buen siento, mejor junto a la ventana y un tanto alejado de la puerta de acceso. Libre de humos, por favor. Viena es cada vez más una ciudad para turistas, de los turistas y por los turistas, entre quienes se reparte cafeína por toneladas a precios fuera de mercado. Respirar el aroma de esta hoguera es descansar en un buen café doble y acompañar el horizonte que dibuja aquella camarera despistada. El café, como Viena, es un lugar de paso. Hoy cortado y mañana sin azúcar. Un lugar donde nada llega a ser del todo importante ni del todo plural, donde el vecino de enfrente cambia cada dos por tres (y nunca sale seis) y donde la verdadera vida discurre en el exterior, detrás de las fronteras.