(VIENA, AUSTRIA). Viena son los restos de un mundo desaparecido. Una ciudad para vivir el presente en el pasado, desconfiando siempre del futuro. Cuestión de prioridades, no tanto sobre afectos y cariños como sobre certezas y evidencias. Viena aspira a ser cada vez más amplia, más supranacional, más supraeuropea, más multicultural y, en definitiva, más todo. Tan sólo mengua en proporción a la grandeza de su tentativa. Existo en una ciudad de convicciones, obligado a elegir entre la multiplicidad de la única visión ‘gregarizada’. Me pregunto si en el mundo hay algo tan digno que merezca ser elegido. Cuando la elección implica exclusión. Y cuando tampoco estoy dispuesto a renunciar a nada. Aunque, a decir verdad, me conformo con ser más hombre para ser al menos hombre. Y con ensayar nuevas formas de gritar.