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Ilusión lírica

26/12/2013“Todos llevamos esa nota escrita en el revés de los sobres, en las esquinas de periódicos, en tiques de autobuses usados o sin usar, donde hemos escrito una frase que en un momento nos pareció una nueva relevación del mundo, o del alma humana, y que luego volveremos a encontrar convertidas en pelotitas de cartón piedra, molidas por las aspas de la lavadora eléctrica, maceradas por el jabón, petrificadas por la plancha”.

Al fin, he conseguido transcribir esto que tenía escrito, con esa letra mía que cada día es más incomprensible, en una hoja tamaño cuartilla de un color rosa chicle que averigua de dónde he sacado. Y ahí la tenía, en mi agenda (cuadernillo de tareas e ideas que luego me cuesta releer) metida desde hace meses. Ahora lo leí (no me inspiraba para comenzar un reportaje –qué complicado es encontrar una buena frase de inicio, por cierto-) y descifré.

Está sacada y anotada, como si fuera metaliteratura (o metalectura), del libro Notas de prensa de Gabriel García Márquez, que volví a leer hace unos meses. Nunca me canso de leer al gran maestro (confieso que cuando me aburro cojo Cien años de soledad y me pongo a leer al azar; siempre descubro algo nuevo). Y esta relectura ha sido satisfactoria porque he podido visualizar parte de sus crónicas: cuando habla de Edén Pastora, a quien conocí en Nicaragua y con quien interactué como un auténtico rifle lanzapreguntas; o cuando narra sobre Portugal (mi actual casa); incluso cuando redescubro, en un texto titulado ‘Comisión de Babel’, que formó parte de la comisión que realizó el Informe MacBride.

Todo eso lo tenía apuntado en un papel rosa, en la que también ponía que esa ilusión de anotar cosas en esquinas de hojas varias era una “ilusión lírica” para Mitterrand (muchas veces nombrado en Notas de prensa).

Y mientras me llega la inspiración, disfruto con Gabo (así me pilla trabajando).

“En aquella travesía del desierto comprendí que no había un acto más espléndido de libertad individual que sentarme a inventar el mundo frente a una máquina de escribir”, palabra de maestro.

Pongamos que hablo de Literatura y Periodismo

15/07/2011Letra Turbia. El Periodismo es hoy un inmenso restorán de comida rápida. Una grasienta salida laboral para que los jóvenes sin ataduras y, a ser posible sin escrúpulos, salgan del apuro con cuatro duros de más y unas cuantas horas de menos. mundo desplazados.org Pongamos que hablo de Literatura y Periodismo (Letra Turbia, julio 11)

Pongamos que hablo de Literatura y Periodismo (y III)

13/03/2009. (PHOENIX, ESTADOS UNIDOS). No es menos cierto que periodismo y literatura siempre mantuvieron las distancias: Desde que los hechos son sagrados, donde asoma la literatura reverdece la subjetividad, un pecado capital para el periodismo de terno y corbata. Además, lo dicen en Harvard, que siempre da mayor credibilidad, aunque yo no me lo creo. La imparcialidad es un traje mal hecho que tacha al periodista de ser inferior respecto del escritor. Este relativismo se aplica a nuestra propia existencia, de suerte que cuando un hombre sueña no sabe que está soñando y aun a veces, en medio del sueño, sueña que está soñando. Y así, sólo en el momento del despertar, podrá saber que todo ha sido un gran sueño. Las palabras no son neutras. Tampoco entre las tripas de un periódico. El periodismo es una excelente profesión… si se abandona a tiempo, espetó seguramente enfadado Hemingway. Sigo empeñado en el cuasi imposible de musicarlo antes de la retirada definitiva. Total y con toda probabilidad, la historia (esencia de periodismo añejo) siempre será –como lo quería Shakespeare- un cuento narrado por un idiota. Intentaré que nadie impida que este idiota la pinte honestamente literaria.

Pongamos que hablo de Literatura y Periodismo (II)

04/03/2009. (PHOENIX, ESTADOS UNIDOS). La falta de originalidad no es empero la responsable única de las desgracias del periodismo, porque es cierto que los periodistas deterioramos todo cuanto descubrimos. Incluso la palabra. O sobre todo la palabra. Estoy cansado de lo políticamente correcto, coño. A fin de cuentas, todo se reduce al simple matiz posicional de la perspectiva. Hemingway, Dickens, Truman Capote y Tom Wolfe, Kapuscinski, Camus, Vargas Llosa y Octavio Paz, Galdós y Clarín, Unamuno, Pío Baroja, Miguel Delibes... Grandes hombres de letras han alternado con frecuencia literatura y periodismo. Me hubiera bastado con que lo hubiera hecho uno sólo de ellos, pongamos que hablo de García Márquez. Incluso Balzac, que llamaba al Periodismo “la plaga de este siglo”, también fue periodista; mejor dicho, fue sobre todo periodista. Corría el siglo XIX. Las cosas no han cambiado tanto. Las palabras siguen latiendo propensas a la pirueta. Son acróbatas circenses, románticas aventureras; sirven para decir y no decir, para amar y para odiar, para desnudar y para tapar, para mandar a tomar por el culo o al más lindo de los parajes. Las palabras son mecanismos provistos de la más inusitada precisión que, de vez en cuando, prefieren perderse por un sinfín de jardines varios. Para saber gozar de la disciplina que las ata sólo hace falta ser un poco escribiente y otro poco granuja. El resto, lo pintan ellas.

Pongamos que hablo de Literatura y Periodismo (I)

23/02/2009. (PHOENIX, ESTADOS UNIDOS). El periodismo es hoy un inmenso restorán de comida rápida. Una grasienta salida laboral para que jóvenes sin ataduras y, a ser posible, sin escrúpulos, salgan del apuro con cuatro duros de más y unas cuantas horas de menos. El fast thinking mediático hunde sus entrañas en la vaga y fragmentada reflexión de la realidad. ¿Qué literatura puede crecer en ese sustrato? Ninguna y toda. En los fogones de la redacción, la crónica debe estar lista para ayer. Es entonces cuando los redactores, convertidos en improvisados escritores con prisa, aplican una y otra vez la regla de oro: Sujeto-verbo-predicado. “Titular: A anuncia B. Texto: C y D pactaron ayer con E y F. ‘Se trata de la primera vez que G cede ante H’, respondió I en exclusiva para J. De esta forma, K gana L, es decir, M no pierde N, por lo que Ñ queda a expensas de O. No será hasta finales de P cuando Q y R hagan efectivo su S, lo que inmediatamente implicará T. Los U coinciden en que V puede entonces beneficiarse de W, siempre y cuando X no invierta en Y. Firmado: Z”. ¿Aburrido? Demasiado. ¿Caben otras maneras? La lengua, incansable traductora de intenciones, sirve para lo bueno y para lo peor. También para lo óptimo. No seríamos los primeros.
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