(BILBAO). Cuando el siglo XVIII se iluminaba con la razón eurocéntrica y mientras el varón luchaba por dominar los campos de lo económico y lo político, las mujeres bellas eran las que cuidaban dócil y servicialmente del conquistador en el interior de lo doméstico. La aniquilación era el único camino posible para las colonias que no se doblegaban. Su exterminio estaba previamente legitimado en tanto que feas ergo prescindibles y desechables. Imposible poner reparos a la matanza del no-ser porque no existe.

La eliminación de las mujeres está relacionada en este sentido con la quema de brujas que se produjo hasta entrada la Ilustración en la Europa central, en un proceso que coincide con la proclamada Ilustración occidental (Silvia Federici: Calibán y la bruja). A un lado, la luz y su belleza existencial, al otro, la oscuridad y su impura fealdad. Los aquelarres no eran una cuestión exclusiva de un género ni tampoco de unas facciones determinadas, pero desde los inicios se identificó aquellos conjuros con las mujeres feas. Más de 400.000 personas fueron encausadas solo en Europa, la mayoría (se calcula que el 85 por ciento) mujeres. Una de cada cuatro fueron ajusticiadas.

«Lo que interesa de nuestra historia es que en la mayoría de casos las víctimas de la hoguera fueron acusadas de brujería porque eran feas«. La explicación es de Umberto Eco (Historia de la fealdad) y sus cursivas hay que leerlas en esa concepción de lo feo en contraposición a la belleza social establecida. Las brujas eran curanderas, parteras y herboleras que desafiaron el poder masculino, rebelándose desde sus cuerpos frente a la ciencia y la religión establecidas. Eran resistentes y transgresoras, revolucionarias. Y, por consiguiente, eran feas. Prueba de ello es la iconografía que las representa como viejas encorvadas y oscuras, de nariz larga y ojos prominentes, solitarias, con rasgos grotescos y envueltas siempre por un ambiente maléfico. Por cierto, la escoba que acompaña a muchas de sus representaciones tampoco es casual: la utilidad de estos objetos indica la presencia de mugre, de basura, de desechos que hay que retirar cuanto antes; su forma presenta además una evidente connotación fálica que recuerda las orgías que organizaban y que incluían relaciones sexuales con el mismísimo Lucifer bajo la forma de un macho cabrío. Por algo Lutero las llamaba «putas del diablo«. ¿Será que la escoba se convirtió en dildo?

Pero no hace falta irse tan atrás en el tiempo porque todavía hoy las mujeres aparecen en función de su belleza social: «Esta sociedad, a las mujeres en general y a las migradas en particular, nos quiere en un rol más pasivo de estar al servicio de», denuncia la activista feminista Txefi Roco en una entrevista reciente de Pikara Magazine. Es el «calladita estás más guapa» dicho de múltiples formas. Por ejemplo, exhortado en términos de la baja política: «¡Quítese esa cara de amargada!«, como espetó Rocío Monasterio (VOX) a Mónica García (Más Madrid), en el último debate de la pasada campaña electoral madrileña. O bajo los calificativos que reciben tantas feministas: malfollada, marimacho, feminazi, machorra… Imposible negar la existencia de brujas en el siglo XXI, porque los códigos de lo bello continúan asociados al poder.

 

[Lee aquí artículo completo, publicado en Pikara Magazine]