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Quien me conoce sabe sin dudar que soy extremeña. De Cáceres. De Navalmoral. Un poco más de Bohonal. Pero no lo pone en ningún lado. Quizás no es importante que lo ponga, pero en tiempos de identidades remarcadas y banderas tendidas algún papelito que lo certifique no vendría mal. Al menos, mi orgullo de pueblo lo reclama.

Cosas de la vida, de las autonomías y de la falta de recursos públicos en Extremadura, fui a nacer a Talavera de la Reina, en Toledo, el hospital que en los años 80 estaba más cerca de mi pueblo. Fui a nacer yo y toda mi generación de la comarca. Y no estoy hablando de la Tierra Media. Así que mi DNI pone que soy toledana, castellano manchega o bola, tirando de jerga. Y no es baladí porque no sé la innumerable cantidad de veces que he tenido que rellenar impresos donde me pedían el lugar de nacimiento. A ver, la provincia de Toledo no me es lejana, al contrario, y a Talavera he ido de excursión, de médicos, de compras o al cine, vamos de recaos, pero de ahí no me siento.

Toda mi familia, padre, madre, abuelas y abuelos (sí, en plural) ha nacido en el mismo pueblo de ahora 600 habitantes: Bohonal de Ibor. No tengo escapatoria, mi sangre lleva el apellido de mi río. De hecho, si tiro de árbol genealógico y reparo en bisabuelos y tatarabuelas la cosa quedaría en los mismos metros a la redonda. Pero para los papeles burocráticos, soy forastera.

Durante años, mi consuelo fue el lugar de residencia: Navalmoral de la Mata. Nunca cambié el padrón, a pesar de haber vivido en lugares variopintos. Pero, nuevamente cosas de las autonomías, o del concierto vasco, o de la Hacienda de Bizkaia, hace poco más de dos años me tuve que empadronar en Bilbao, aunque todo el mundo sabe que de ahí no soy. Y el trámite me supuso un disgusto, una renuncia, un dolor, casi un duelo. ¿Cómo demuestro que soy extremeña si nací en Talavera y vivo en Bilbao? Mi acento aún ayuda a situarme, bueno, o no, porque mucha gente me descoloca de lugar. Cáceres existe, y las de ahí tenemos acento, y no es el andaluz, ¡por favor!

Escribo todo esto porque se me ha caducado la tarjeta de crédito, que no sé en qué año fue expedida, en el no sé cuántos de era precrisis: ¡era de la Caja de Extremadura! Verde intensa, bien bonita y con la palabra Extremadura muy presentera. ¡Anda que no me daba gusto a mí pagar la gasolina o la compra con mi tarjeta! Pues se caducó.Y la ahora Liberbank (vaya nombre, por cierto) me ha mandado una tarjeta blanca, neutra, horrible, que ya ni me pide pin si gasto menos de 20 euros. Ya no me gusta pagar, porque ni para las cosas del dinero y del consumo aparece Extremadura.

Qué ironía: mi apego a mi identidad escrita era una tarjeta de crédito. Tendré que hablar más alto.