(LISBOA. PORTUGAL). «Mi nombre es R. P. y ¡necesitamos tus servicios! Hoy ha saltado la noticia… y-blablablabla… queremos declaraciones de los familiares de las víctimas». A veces me pregunto si los alcachoferos y los periodistas somos los mismos. En mis días buenos pienso que no. Que quizá seamos sólo dos calles que confluyen en la misma plaza: un reportaje a tres columnas, los minutos a la deriva de una crónica radiofónica. «Os puedo ofrecer una pieza, con o sin fotos, para explicar con fuentes propias el contexto, que es complejo y todavía espera ser contado». Aquel cruce de correos electrónicos sigue sin respuesta; su ausencia me ha robado unos cuantos euros. Algunos nadies gustamos de caminar con los bolsillos agujereados, lejos de una propuesta sin brújula empecinada en rascar en el morbo, como si el dolor fuera episódico, la enésima escena de una película llamada vida.