(BURGOS). Cuestionamiento del estado original. El complemento contrario de la tesis como única forma de comprender un contexto complejo.

Primera evidencia capitalista: la amenaza son los otros, levantemos muros.

Algunas teorías dicen que el virus proviene de un pangolín, una especie muy demandada en latitudes asiáticas. Otras subrayan que salió de un mercado chino. Aunque por despiste o de forma intencionada también puede haber salido de un laboratorio puntero. En realidad, la historia no cambiaría mucho, pues no hace falta la COVID-19 para saber de lo que es capaz la raza humana. Lo que está claro es que el virus es extranjero. ¡Levantemos muros! Letra pequeña: para las personas, que los capitales fluyan. Y sobre todo, nada de recordar que todos los virus infecciosos de las últimas décadas están muy relacionados con el sistema alimentario agroindustrial impuesto por el Norte a beneficio de sus transnacionales: transgénicos, agrotóxicos, deforestación, monocultivos y una larga letanía de atrocidades contra la naturaleza. Somos una parte de esa naturaleza. Pero el capitalismo necesita enemigos y estos siempre vienen de fuera.

Muertas en vida: las periferias, los sures de geografía diversa, los orientes, la diversidad biológica, el ecosistema, las sin-papeles frente a las aduanas, las racializadas.

 

Segunda evidencia capitalista: las clases sociales no existen.

Nadie está a salvo. Pero sucede que apenas un puñado de personas ha muerto con su nombre y sus apellidos puestos. Porque no es lo mismo dormir al raso en el interior del departamento boliviano de Pando que ser un propietario en Berlín, tener un seguro privado que ni acceso al agua potable, no es lo mismo estar en la veintena que en la senectud, ser futbolista de un club puntero que prostituta, no es lo mismo teletrabajar para una multinacional que desplazarse en metro para ser una comemierda 24/7 en Ciudad de México. Miles de seres humanos están muriendo en la fosa común del anonimato. Somos existencias vulnerables, bajo un esquema desigual e injusto de exclusiones. Pero el capitalismo necesita la estabilidad, nada de sobresaltos ni de luchas de intereses.

Muertas en vida: las empobrecidas, las sin derechos, las pisoteadas, las rejodidas, la clase explotada, la que no tiene trabajo, las revolucionarias, las luchadoras.

 

Tercera evidencia capitalista: el crecimiento está por encima de todas las cosas.

El crecimiento es una obligación sistémica para un sistema que, en caso contrario, se colapsa. Por eso ahora y siempre lo importante es reflotar la economía. La que mueven unas empresas muy concretas, las más grandes, en un sitio muy abstracto, el mercado. La Bolsa (el parqué de Wall Street, el Ibex-35, el Nikkei 225) o la vida (la de Claudia, la de Andrés, la de María). El PIB (que genera un gran supermercado) o el sustento (los pequeños huertos de autoabastecimiento). Somos seres finitos y dolientes en un ecosistema igualmente finito. Pero el capitalismo necesita acumularse sin fin.

Muertas en vida: moradoras de la economía sumergida, cuidadoras, supernumerias, gentes no productivas, las invisibilizadas, los nadies, las zonas rurales.

 

Cuarta evidencia capitalista: solo hay sujetos individuales.

La sociedad existe únicamente como agregado de individuos aislados. Es ahí donde tienen cabida las gestas de los sanitarios, no como sector, sino como héroes y heroínas atomizados. Estrangulados como colectivo, no aspiran a mejorar sus condiciones de vida (nunca es buen momento para las reivindicaciones de dignidad colectiva), sino al aplauso programado para las 20:00 horas y a que sus hazañas conquisten la tendencia viral del momento. Solo en ese horizonte individualizador tiene sentido entronizar a figuras concretas: el deportista solidario (el mismo que desde su mansión con piscina nos pide solidaridad porque, él sí, nos da el uno por ciento de lo que ganó la segunda semana de enero por sus derechos de imagen), el multimillonario modélico (aunque done 30 tras haber robado 100 en elusión de impuestos). Somos cuerpo social. Pero el capitalismo solo existe a partir del individuo autosuficiente reflejado en contramodelos excepcionales.

Muertas en vida: las sindicalizadas, las mareas, los colectivos, los movimientos sociales, la comunidad, la cuidadanía, las comunidades y los pueblos en lucha.

 

Quinta evidencia capitalista: el consenso es lo deseable.

Hay que remar todos a una. Aunque no todas estemos en el mismo barco y las haya a la deriva y sin capacidad de nado. Aunque algunas sean urbanitas de hormigón y otras rurales de campo. Occidente se ha erguido sobre los acuerdos, sin importar si son impositivos ni a quienes excluyen. La unidad como virtud. El consenso por bandera. Aunque los pactos no son garantía de nada y quienes tienen el micrófono son siempre los mismos. La verdad nunca es absoluta, las verdades no se tienen ni se conquistan, son habitadas por unos cuerpos finitos y dolientes. Nos conviene dejar abiertas las conversaciones. Y no subestimar ni la importancia del disenso ni la del conflicto. Somos cuerpos encarnados. Pero el capitalismo es un contrato social que unos pocos firman por el bien de toda la humanidad.

Muertas en vida: las excluidas del diálogo, quienes discrepan, las acalladas, las silenciadas, a quienes se les ha quebrado la voz, las amordazadas.

 

[Lee el artículo completo, publicado en Pikara Magazine]