La conocí como una más. Estaba entre todas, escuchaba y aportaba ideas. Pero June ya me había contado, en nuestro primer encuentro en un bar, que una de las impulsoras de Pikara Magazine era una profesora, reconocida y exigente. Pasé la prueba: me editó mi primer reportaje para esta revista y, más o menos, salí airosa.

En aquellas primeras reuniones bilbaínas, que luego solían acabar en una comida, me fui dando cuenta de que ella era la maestra. Había dado clases a varias de las que estaban en aquellos inicios píkaros y a mí me daban envidia.

En mis cuatro años de carrera nadie me habló de la importancia del enfoque de género en nuestro trabajo, nadie me explicó, ni siquiera en una asignatura opcional, que la mirada feminista mejoraba cualquier artículo. Y, a partir de ahí, a pesar de que ya la conocía y de que poco a poco fuimos creando cierta amistad, tuve anhelo de ella. Querría haber conocido a Lucía antes, querría que me hubiera alumbrado en mi época de estudiante, querría que me hubiera corregido durante mis prácticas.

Desde que la conocí, tuve anhelo de una profesora como ella. Y así lo he dicho cuando he tenido el privilegio de dar alguna charla o taller sobre periodismo feminista: ojalá hubiera sido también mi maestra. Estar en Pikara me ha hecho contarla entre mis colegas y aprender de ella en mi etapa profesional. Son muchos los recuerdos (aún saboreo aquel humus en su casa) y las regañinas (porque Lucía nos reñía y nos decía lo que no la gustaba de la revista y del proyecto). No la tuve de profesora, pero sí de compañera. Ahora mi anhelo es doble, querida Lucía Martínez Odriozola.

 

[Publicado originalmente en Pikara Magazine]