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(BILBAO). No todos partimos con las mismas opciones. No existe, no puede existir tratándose de seres humanos finitos y dolientes, una posición original que asegure con exactitud los principios de justicia desde la libertad y la igualdad absolutas, aquello que el filósofo John Rawls llamó el ‘velo de la ignorancia’. Tampoco en el mundo laboral. La sociedad de los cuidados rescata del olvido que somos seres humanos concretos: niñas y niños, hombres, mujeres o tercer sexo, negros o blancas, del Sur o del Norte, con formación o sin estudios, enriquecidos o empobrecidas.

La revalorización de los cuidados desvela que la pretensión igualatoria contractual de la ideología del trabajo oculta un modelo productivo desigual, basado en la dominación y la explotación de los cuerpos. Frente al trabajo en abstracto, la transformación llega a través de los cuidados en cuerpos localizados. La miopía por el sujeto privilegiado del trabajo, el mayúsculo Hombre blanco europeo en edad activa, da paso a una mirada más equitativa que visibiliza y empodera a los nadies como perspectiva de transformación liberadora. La infancia y la tercera edad, las mujeres, los cuerpos enfermos, las personas con diversidad funcional y una larga letanía de vidas dignas de ser vividas aparecen como sujetos interdependientes para la sociedad de los cuidados.

Una vez deconstruida la centralidad del empleo, el valor acumulable del trabajo no solamente reside en la fuerza viva del trabajador, sino también en los cuidados que lo sostienen; que sustentan no solamente la vida del capital, sino la propia vida humana. La sostenibilidad vital sustituye a la centralidad del trabajo. Cuestionada queda la competitividad individual del trabajo meramente productivo, para avanzar en fórmulas de reproducción y sostenimiento de la vida a través de redes de cuidados.

El individuo solipsista y autorreferente, colectivizado en la actualidad bajo la etiqueta aparentemente triunfalista de la ‘ciudadanía’ como suma de éxitos aislados en función del contrato de empleo, deja de ser el sujeto por antonomasia de la política. El paradigma de los cuidados transforma radicalmente al del trabajo. Los cuidados reintroducen al Otro plural en la ecuación política. El cuerpo solo existe en un complejo sistema de relaciones, nunca de forma singular o autorreferente.

El espacio político deja de estar reservado al ciudadano, al Hombre que se proyecta en lo público gracias a la posición de privilegio a la que lo eleva el paradigma del trabajo. La desvalorización de la ciudadanía abre paso a la cuidadanía: el modelo de la estandarización de cuerpos individuales disciplinados para el consumo es sustituido por las redes humanas de cuidados, imprescindibles para vivir vidas que merezcan la pena ser vividas.

 

Desigualdades transversales
La universalidad de los cuidados navega sin embargo entre desigualdades transversales (de género) y verticales (Norte-Sures). La incorporación de las mujeres al mercado laboral, un proceso no completado aún y menos en las periferias, con frecuencia tiene lugar sin modificar el rol del Hombre privilegiado en el trabajo, mientras que las mujeres se ven obligadas a desdoblarse entre la esfera doméstica, donde mantienen su estatus de cuidadoras, y la esfera laboral, donde apenas logran romper los múltiples techos de cristal entre los que se ven encerradas: discriminación en la jerarquía salarial, menor presencia en puestos directivos, sometimiento a la imagen personal, escaso respeto social, mala proyección profesional, exigencias etarias segregadas. Esta doble presencia-ausencia exige a las mujeres aceptar tensiones de las que están exentas los varones.

La solución que el sistema ofrece a las desigualdades transversales es la transferencia mercantilista de estos cuidados a las periferias, mediante la cual los cuidados se redistribuyen bajo una matriz interesada que se basa en ejes de poder étnicos, geográficos, clasistas o económicos, generándose así desigualdades verticales. La vulnerabilidad humana no es homogénea ni está equitativamente distribuida. Es a partir de estos hechos que la externalización de los cuidados, a través de un salario o de forma gratuita, genera cadenas globales de cuidados a las que se ven atadas principalmente las mujeres de las periferias; las repercusiones son múltiples: precarización, tráfico de personas, redes de trata de explotación sexual y feminización de los flujos migratorios, entre otras. Además de cada vez más privatizada, la sostenibilidad de la vida está feminizada.

Con la metamorfosis de la ciudadanía en cuidadanía, se deja atrás la ciudadanía como categoría política que sostiene los derechos del individuo por la vía del empleo. Los seres humanos se convierten, desde su humanidad finita, doliente y frágil, en el eje de una cuidadanía global, siendo necesario para las víctimas y desde las periferias revisar todas aquellas injusticias que atañen a la propia condición humana.

La reflexión en torno a los derechos humanos se antoja a partir de aquí ineludible. Si por cualquier motivo se descubrieran virados hacia la ideología del trabajo, entonces incluso los derechos humanos dejarían de ser tan humanos para ser el fruto, otro más, de la Totalidad dominante y de su Razón. El debate acerca de la universalidad de los derechos humanos es, en efecto, una de las disputas más acuciantes que genera la metamorfosis de la ciudadanía en cuidadanía.

 

[Publicado en el Blog de CJ]