(PHOENIX, ESTADOS UNIDOS). Hace tiempo que no escribía. No lo necesitaba. Hay momentos en la vida en los que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede, como si las fuerzas nos faltasen. Quien nos mire creerá que estamos a punto de naufragar cuando nunca nuestro rumbo fue tan firme. O no. Pero tampoco importa. Hasta que recuperamos el sentido que quizá nunca perdimos y la amargura de las primeras horas nos devuelve la necesidad de la duda, el resquemor por el entendimiento, la obligación de la afirmación, el temor de la negación, la crueldad del inconformismo, el placer por la estética, la nostalgia de la escritura. La gripe (inventada) está dejando América sin besos, empezando por las telenovelas mexicanas. El miedo, políticamente manipulado y socialmente propagado, lubrica la adhesión ciudadana a las banderas que enarbola el poder. Ya no hay crisis. O la crisis no importa mientras algunos ganan tiempo (los políticos) y otros, dinero (las farmacéuticas). La cultura moderna premia el dejar de ser persona para convertirse en tornillo; lo dijo Nietzsche. Pero ¿quién puede dar leyes a los amantes? El amor es para sí mismo su ley suprema; lo dijo Boecio. Los besos son golondrinas que se van y no vuelven más; lo dijo un alguien embelesado. Llegados a este punto, considero preferible no divagar; la boca es un órgano que genera más confianza cuanto más cerrada se mantenga. Y más en estos tiempos.