(ASUNCIÓN, PARAGUAY). Desde el primer día comprendí que Paraguay estaba casado para bien o para mal con la oficina, allá donde la vida sólo tiene una función: repetirse. Me pregunto si los oficinistas y los alienados no son los mismos. Quizá no. Quizá sean dos calles que confluyen en la misma plaza. Tengo suerte, al fin y al cabo. El único don que tenemos en la vida es el tiempo, que al fondo a la derecha siempre termina en olvido, un sitio donde cabe lo que se le ponga. Empiezo otra vez de cero, ese punto donde todo el mundo tiene miradas desconfiadas y sólo el sabio se las calla. Me halaga la gente que duda de mí porque lo que más me gusta, además de tantas otras cosas, es demostrar que se equivocan. Lo que no te mata te hace más fuerte. Y si de paso ahorro, eso que me llevo. Tengo suerte, al fin y al cabo.