(MÉRIDA). La impunidad y el olvido envuelven los casos de las personas desaparecidas. De Colombia a España. Porque hay ausencias que se repiten da igual la latitud. La sociedad civil ha asumido la labor de no olvidar a las víctimas y exige justicia, verdad y reparación.

Yanette Bautista vive pegada al retrato de su hermana. Nydia Érika Bautista desapareció en 1987 en Bogotá y desde entonces Yanette no ha cesado de recordarla ni de buscarla. A ella y a las miles de personas desaparecidas en Colombia, seres humanos de los que por no haber no hay ni cifras certeras, pues bien pueden ser una cantidad (54.000, según la Fiscalía General de la Nación) o el doble (las 120.000 que denuncia la Fundación Nydia Érika Bautista, FNEB). Pertenecen a ese tipo de cálculos que oficialmente no se cuantifican con exactitud, ya sea para taparlos, para hacerlos desaparecer o para dejarlos bajo tierra. Víctima y defensora de los derechos humanos, Yanette Bautista estudió Derecho porque, una vez encontrado el cadáver de su hermana, quería una justicia que todavía hoy no ha encontrado.

El día de su primera comunión, siendo apenas una niña, Andrea Torres, la hija de Yanette, presenció cómo se llevaban a su tía. También se hizo abogada, para luchar por las personas desaparecidas, para exigir justicia, verdad y reparación. En una reciente visita a Extremadura, ha denunciado la situación de impunidad que continúa existiendo en Colombia, cuando se cumplen cinco años desde la firma de los Acuerdos de Paz. «Lo que nos queda es la memoria», subrayó en Mérida, en un acto organizado por Brigadas Internacionales de Paz (PBI, por sus siglas en inglés), en el que compartió diálogo con Guillermo León, de la Asociación Memorial Campo de Concentración de Castuera (Amecadec).

«El motor de nuestra lucha es el amor y también recordar las ideas de las desaparecidas», añadió. Su labor jurídica forma parte del horizonte que abarca la FNEB: que nadie olvide a las personas desaparecidas en Colombia. Pero «no hay acceso a la justicia, ni siquiera a la verdad», lamentó Andrea, en un discurso con muchos puntos de unión con el del historiador. Los puentes entre ambos se tendieron en La Enredadera, un espacio autogestionado situado en la capital extremeña, donde se desvelaron ausencias que al mismo tiempo podían aterrizarse en Cundinamarca y en Badajoz. Porque hay relatos que se repiten da igual la latitud. Son dinámicas que no entienden de husos horarios.

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